El papel de los estereotipo y roles de género.
El campo del derecho laboral es uno de los ámbitos en los que se han evidenciado de manera más clara las desigualdades de género y las brechas existentes entre hombres y mujeres en el ámbito profesional.
Por: Fernanda Padilla
Para comprender un poco más de esas desigualdades es importante abordar el tema de los estereotipos de género; se comprende que es una visión generalizada o una idea preconcebida sobre los atributos o las características, o los papeles que poseen o “deberían” poseer y desempeñar las mujeres y los hombres en la sociedad. Los estereotipos de género se refieren a la práctica de atribuir a un individuo, mujer u hombre, atributos, características o roles específicos por la razón de su pertenencia al grupo social de mujeres u hombres.
Un estereotipo de género es perjudicial cuando limita la capacidad de las mujeres y los hombres para desarrollar sus capacidades personales, seguir sus carreras profesionales y/o tomar decisiones sobre sus vidas.
Por otra parte, los roles de género son las normas, prescripciones y expectativas de comportamientos de los femenino y masculino, son la forma como nos relacionamos ante el mundo y que nos identifican por lo que se enlaza fuertemente con el concepto de identidad. Aunque hay variantes de acuerdo con la cultura, la clase social, el grupo étnico y hasta la generación o el rango de edad de las personas, una división básica de los roles de género corresponde a la división sexual del trabajo.
Las tareas y el papel que socialmente se asigna a las mujeres y a los hombres desde que las personas se encuentran en el vientre materno, de manera que cuando nacen ya hay una serie de expectativas sociales que “deben” cumplir, según sean hombres o mujeres, y que tiene que ver con esta división de tareas basadas en el sexo, de manera que a las mujeres por su capacidad de dar vida se les asigna las actividades reproductivas: cuidado de hijas e hijos, limpieza del hogar, preparación de alimentos, y actividades pasivas, mientras que los hombres se les asigna el papel productivo: mantenimiento económico del hogar, realización de acciones en el ambiente público, el papel activo.
La construcción de las identidades masculinas y femeninas no es sólo un efecto biológico, sino sobre todo un efecto y producto de la cultura, de nuestras relaciones en la familia, la escuela, el trabajo, los mensajes que transmiten los medios de comunicación, la religión, entre otros entornos en los que nos desarrollamos socialmente.
Perspectiva de género
Para comprender las desigualdades que se presentan entre los hombres y las mujeres en la sociedad, se encuentra la perspectiva de género, basada en la idea de que el género no es una característica fija y biológica, sino que es una construcción social que influye en la forma en que las personas se ven a sí mismas y cómo son percibidas por los demás.
La perspectiva de género reconoce que dichas desigualdades y discriminaciones basadas en el género son injustas y perjudiciales tanto para hombres como mujeres. No sé trata solo de considerar las diferencias biológicas, sino de analizar cómo las normas, expectativas y roles de género influyen en las oportunidades, derechos y experiencias de las personas. Su propósito es ubicar las raíces, efectos y consecuencias de las desigualdades de género, para que de este modo podamos buscar estrategias específicas que tengan por objetivo revertirlas, lograr una igualdad sustantiva entre mujeres y hombres, así como mejorar sus condiciones de vida.
Dicha perspectiva considera y cuestiona la construcción social-histórica-cultural del ser mujer y hombres, y la relación desigual entre tales; es la base para el análisis de información, para elaborar, planear, desarrollar, monitorear y evaluar intervenciones que transformen esa desigualdad social en equidad y justicia social para mujeres y hombres; promueve cambios para generar relaciones más democráticas entre mujeres y hombres.
De acuerdo con la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, en el artículo 5, fracción IX, señala que la perspectiva de género “es una visión científica, analítica y política sobre las mujeres y los hombres. Se propone eliminar las causas de la opresión de género como la desigualdad, la injusticia y la jerarquización de las personas basadas en el género. Promueve la igualdad entre los géneros a través de la equidad, el adelanto y el bienestar de las mujeres; contribuye a construir una sociedad en donde las mujeres y los hombres tengan el mismo valor, la igualdad de derecho y oportunidades para acceder a los recursos económicos y a la representación política y social en los ámbitos de toma de decisiones.
Esta perspectiva ayuda a comprender más profundamente tanto la vida de las mujeres como la de los hombres y las relaciones que se dan entre ambos. Este enfoque cuestiona los estereotipos con los que somos educados y abre la posibilidad de elaborar nuevos contenidos de socialización y relación entre los seres humanos. Permitiendo entonces, entender que la vida de las mujeres y los hombres pueden modificarse en medida en que no está “naturalmente” determinada.
Perspectiva de género en el ámbito laboral.
La perspectiva de género debe estar presente en todos los ámbitos de la sociedad, uno de ellos, muy predominante, es en el ámbito laboral; en el cual la desigualdad entre hombres y mujeres sigue siendo muy arraigada y visible hoy en día, a pesar de los grandes avances en perspectiva de género.
Además, en este ámbito, dicha perspectiva busca analizar y comprender las causas estructurales y culturales que generan estas desigualdades. Esto incluye examinar los sesgos de género en los procesos de contratación, las políticas y prácticas empresariales que pueden perpetuar estereotipos de género, así como las barreras que enfrenta las mujeres en el desarrollo de sus carreras, como la conciliación entre el trabajo remunerado y las responsabilidades de cuidado no remunerado.
Uno de los causantes de estas desigualdades es el sistema sexo- género, que es un sistema patriarcal en donde, las personas tienen roles que se construyen a partir del sexo con el que nacen y de acuerdo con el género que la sociedad les asigna. Es decir, las mujeres son vistas como un grupo de población subordinado o inferior, considerando así, que las tareas y/o trabajos que ellas realizan se encuentran en un plano secundario o sin valor a diferencia de las que realizan los hombres.
Con la división sexual del trabajo, las sociedades generan la certeza de aquel –tarea/trabajo- tiene que clasificarse según el género, pero tal división nunca es pensada en forma pragmática, sino que es considerada “natural”.
Brechas de género.
El término brecha de género se refiere a cualquier disparidad entre la condición o posición de los hombres y las mujeres y la sociedad. Usualmente es utilizado para referirse a la diferencia entre los ingresos, participación, ocupación, posición de hombres y mujeres que, por ende, son generadores de discriminación.
En el ámbito laboral las brechas de género se encuentran muy visibles, y alguna de las que se encuentras son:
Brecha de la participación laboral;
Las mujeres han sido excluidas de manera sistemática del mercado laboral, la participación activa de las mujeres en la economía es la primera frontera que debe superarse al pensar en la discriminación laboral. Existen diversos factores que contribuyen a esta brecha. Las mujeres con frecuencia enfrentan discriminación en el ámbito laboral, desde la contratación, la promoción y la asignación de responsabilidades.
Esto puede deberse a estereotipos de género arraigados que asocian ciertos roles y habilidades con un género específico. A pesar del impetuoso avance que se presenta por la perspectiva de género, la integración de las mujeres al mercado laboral se ha estancado en la cifra que no supera el 49%, en contraste, que la participación de los hombres en el mercado laboral ha oscilado del 75%.
Esto implica que la brecha entre hombres y mujeres económicamente activos en participación laboral es de 26 puntos porcentuales, posicionando a las mujeres continuamente en desventaja ante los hombres en el área laboral.
Brecha en ingresos;
Las mujeres no sólo tienen menos acceso al mercado laboral, sino que perciben menores ingresos cuando sí logran entrar, esto constituye la segunda brecha de género provocada por la discriminación laboral.
La discriminación de género en el lugar de trabajo juega un papel importante en la brecha de ingresos. Las mujeres con mayor frecuencia enfrentan discriminación en la contratación y la asignación de responsabilidades, lo que resulta en salarios más bajos en comparación con los hombres.
Así mismo existe una tendencia a la segregación ocupacional, donde ciertos sectores y ocupaciones están dominados por un género en particular (hombres). Los trabajos tradicionales feminizados, como la enseñanza y la atención sanitaria, tienen a tener salarios más bajos, en contra con los trabajos masculinizados, como la ingeniería y la tecnología.
La ENOE en los datos proporcionados, muestra que, la proporción de mujeres cuyo ingreso es igual o menor a un salario mínimo es mayor que el de los hombres; en el 2021, el 42% de las mujeres recibieron un salarios mínimo o menor como ingreso de su trabajo. Esto implica una diferencia de más de trece puntos porcentuales con los hombres, si bien, el de ellos fue de 29.7% quienes reciben el mismo nivel de ingresos.
La diferencia también se refleja en los niveles más altos de ingresos, ya que, mientras que el porcentaje de hombres ocupados que ganan más de tres salarios mínimos es de 10.7%, para las mujeres es solo el 7.6%. Es decir que, las mujeres que logran conseguir trabajos se concentran en aquellos que tienen las percepciones económicas más bajas.
Brecha en trabajo no remunerado;
La tercera brecha generada por la discriminación laboral es la de los cuidados. Las mujeres no ganan menos porque trabajan menos, sino porque el sistema económico no valora los trabajos que sí realizan: el doméstico y el de cuidados.
El trabajo no remunerado ha recaído generalmente y sobre todo en las mujeres; se le considera trabajo no remunerado porque no hay un ingreso, un salario o pago por su realización; es reproductivo por estar vinculado a la reproducción de la especie humana, es decir, a tener hijas e hijos, cuidado de la familia y quehaceres del hogar.
Por el contrario, el trabajo remunerado o productivo es aquel que han realizado tradicionalmente los hombres, pues son los que salen de sus casas para obtener un ingreso económico, produciendo bienes o servicios para la venta o autoconsumo.
Siguiendo los datos publicados por el INEGI en el año 2020, se observa que las mujeres trabajan más horas que los hombres. Dichos datos puntualizan que las mujeres que se encuentran económicamente activas realizan 59.9 horas de trabajo a la semana, mientras que los hombres realizan 49.5 horas. Esto significa que, en promedio, las mujeres trabajan un alrededor de 10 horas más a la semana que los hombres.
Al igual, se encuentra que en un estudio la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), clasificando las horas trabajadas dedicadas a actividades “económicas” (remuneradas) y “no económicas” (no remuneradas), dando como resultado que, los hombres dedican más horas a la semana a un trabajo económico 41.8% contra un 35.5% de las mujeres.
Para los trabajos no económicos, se resultó que, las mujeres dedican 33.5 horas semanales, mientras que, solo 15.6 horas semanales corresponde a los hombres.
Brecha por discriminación;
Hay información pública que existe sobre la relación entre el género y las dinámicas laborales sigue siendo la más completa cuando se compara con otros factores asociados a la discriminación, como el color de piel, la discapacidad, la orientación sexual, la pertenencia a un pueblo indígena, entre otros factores. Todos estos datos respaldan lo que las personas que pertenecen a algún grupo marginalizado han sostenido que: “la discriminación genera amplias brechas en materia de derechos laborales y percepción de ingresos.
Uno de los factores mencionados es la discriminación por la condición étnica de las personas. El índice que presentan las personas indígenas que trabajan en zonas urbanas es de una probabilidad de ganar cerca de 12% menos que una persona no indígena con las mismas calificaciones y el mismo tipo de trabajo.
Más allá de las dimensiones étnicas, la discriminación opera también a través del color de piel, De acuerdo con Raymundo M. Campos Vázquez, en su informe de Movilidad Social 2015, el 44% de las personas con piel oscura que nació en el quintil más bajo de la distribución de ingresos permaneció en el mismo nivel de pobreza, a comparación del 20% de las personas que nacieron en el mismo quintil, pero con el tono de piel más claro. Es decir, las personas con tono de piel más claro tienen mayor movilidad social y probabilidad de mejorar sus niveles de ingresos a lo largo de sus vidas.
Por último, es indispensable considerar la situación de las personas LGBTTT+, uno de los grupos con estadísticas en niveles altos por discriminación laboral. En los resultados dados por la Encuentra Sobre Discriminación por Motivos de Orientación Sexual e Identidad de género (ENDOSIG,2018), las personas reportaron haber sentido un trato desigual e inhumano con respecto a los beneficios, prestaciones laborales o ascensos. Además, una parte indicó que alguna vez le preguntaron sobre su orientación sexual o identidad de género; otra parte, declararon haber sido despedidas en al menos una ocasión a causa de su orientación sexual e identidad de género.
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